miércoles, 21 de noviembre de 2012

Desahogo

La gente se cree que por el simple hecho de callarte cosas, no te enfadas por nada. Pero las pequeñas cosas te van enfadando, y si no las vas soltando se convierten en una sensación amarga, un grito lleno de amargura que lucha por salir. 

Cuando algo te enfada y te lo callas, no suele pasar nada, pero cuando son una sucesión de cosas molestas repercuten en forma de pesadillas o de arrebatos de ira contenida. 

Pero lo que más molesta no es eso. Lo que más molesta es que, cuando llegas al punto en que el vaso está lleno y explotas, la gente se te queda mirando. Como si no supieran que tú también te enfadas y, de repente, se dieran cuenta de que sí. 

Yo suelo enfadarme, y mucho, pero lo pago con la almohada. Cuando me enfado, son enfados cortos, de esos en los que en cinco minutos se te ha olvidado el motivo del enfado. Pero el tiempo que estoy enfadada, me arman la marimorena. Y eso me acaba enfadando más. Como no quiero enfadarme más, me callo, y vuelta a empezar.
Es un círculo vicioso en el que acabas enfadada/o sí o sí.

Intento hacer mí mejor esfuerzo, de veras que sí, pero tres días oyendo las mismas quejas, los mismos gritos, los mismos insultos y la misma desconfianza... ya son demasiados.

Necesito gritar lo que me pasa.

Necesito expresarme.

El problema es que no tengo lugar.

El problema es que son tantas cosas que se van quedando dentro, que no puedo soltar de golpe...

El problema es que es tanta gente que me hace enfadar que no sé ni cómo gritarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario