martes, 30 de julio de 2013

Rise of the Guardians 2; Prologo

Mi nombre es Blair. Solo Blair.
Eso fue lo que la Luna me dijo el día que desperté.
Mi primer recuerdo es de cuando desperté en medio de las ruinas de un castillo una noche de luna llena.
Estaba en una habitación sin techo que parecía haber servido de cuarto de una dama importante, aunque todo estaba reducido en cenizas.
La Luna me dijo mi nombre. Y me alumbró en la noche mientras yo buscaba rastro de vida.
Aún siento escalofríos cuando recuerdo mi reflejo en el espejo lleno de hollín: mi cabello, despeinado, era negro y tenia mechas rojas y mis ojos una mezcla entre marrón y rojo. Llevaba una túnica blanca como las de los romanos, iba descalza y llena de hollín. Sin embargo, lo que me sorprendió fue que aquella fue la primera vez que las veía; la primera vez que veía mis alas.
Eran blancas, con las puntas de un rosa pálido, grandes y hermosas parecidas a las de los ángeles.
Mi primer aleteo fue un desastre, no subí ni dos palmos que ya me estaba cayendo. Así ocurrió varias veces hasta que pude volar tan alto que sobrepasé las nubes, teniendo una magnífica vista de la luna. Miré a la luna como un niño mira orgulloso a su padre tras aprender a montar en bici solo.
Realicé un aterrizaje forzoso en lo que debió ser el jardín del castillo, pero no veía a nadie, aquello estaba desierto.
-¿Y ahora qué?-dije al tiempo que miraba a la luna en busca de respuestas.
Fue entonces cuando, milagrosamente, la luna me habló por segunda vez.
                       París...
-¿París? ¿Quieres que valla a Francia? ¡Ni siquiera sé dónde estoy!
Por toda respuesta, el viento comenzó a soplar hacia el sureste y yo suspiré resignada.
-Esta bien, sé captar una indirecta.
Y así volé parte de la noche, incluso llegué allí y todavía era de noche. Y ante mí se alzó la torre Eifel.
Y me emocioné.
¡Estaba en París! ¡Había llegado volando a una de las ciudades más hermosas del mundo!
Lo primero que hice fue pasear por las calles. Cuando pensaba que mis alas llamarían mucho la atención y que molestarían, éstas se replegaron en mi espalda y desaparecieron. Pronto noté que nadie me miraba por mi llamativa ropa.
Y me detuve a escuchar la preciosa voz de una joven que cantaba en italiano en mitad de la calle. Cuando la canción terminó la gente se marchó sin más y yo me acerqué a la joven sonriente;
-Ha sido una canción preciosa-dije amablemente, mas no obtuve respuesta-. ¿La has compuesto tu? ¿Puedo saber cómo se llama?-seguía preguntando pero seguía sin respuestas y comenzaba a molestarme-¿Me estas ignorando adrede porque llevo una túnica y estoy descalza?
Molesta, fui a darle un suave golpe en el hombro cuando me encontré que mi mano traspasaba a la joven. Y grité. Me alejé de ella y miré a mi alrededor. Me acerqué a un hombre que andaba por ahí, pero también me traspasó. Y así se repitió innumerables veces hasta que, asustada, salí de allí volando hasta llegar a la parte más alta de la torre Eifel donde me abracé a mí misma y miré a la luna con la incertidumbre impresa en la cara.
                  Arriba...
Miré a la luna como si se hubiera vuelto loca pero, lentamente, volé hacia ella atravesando las nubes. Y allí lo vi; un castillo completamente blanco sobre las nubes. Me acerqué a las puertas, rosas, y llamé pero estas simplemente se abrieron dejándome ver una amplia sala con cuadros de gente que no conocía. Miré a la luna insegura pero seguí todo recto. Atravesé un enorme comedor, una sala de baile, vi unas puertas que ponían cocina y subí unas elegantes escaleras con las barras de la barandilla en forma de corazón. Atravesé un pasillo con puertas a ambos lados hasta llegar a una enorme que ponía Blair en letras doradas delante de unas puertas igual de grandes que ponía Biblioteca, también en dorado. La luz de la luna daba completamente en la de la biblioteca y decidí hacerle caso.
Las puertas se abrieron a la par dándome la hermosa vista de una enorme sala con estanterías altísimas llenas de libros de todos los tamaños, colores y temas. En el centro había una mesa de estudio al lado de una de las enormes ventanas una chimenea con una alfombra roja en forma de corazón y cojines, butacas y sofás de distintos rojos y rosas.
En el techo había un tubo plateado, pero no sabría decir en aquel momento si era de entrada o de salida.
Sobre la mesa del escritorio había tres objetos; un arco de oro, un carcaj de oro y un control remoto plateado.
Pulsé un botón del control, se oyó el ruido de un motor y de la tubería salió un montoncito de nube rosa pálido. La nube se deshizo dejando ver una hadita vestida de rosa con un mini arco también rosa y un mini carcaj de igual color. La hada hizo un saludo militar y cuando puso su manita sobre el carcaj y lo vio vació se le puso la cara blanca. Me miró dubitativa y algo me dijo que quería flechas.
-Yo no tengo flechas.
La cara de la hadita llegó al suelo de la decepción. Se arrodilló en el escritorio deprimida cuando, de pronto, dio un brinco y revoloteó cerca de mi cara. Otra vez algo me dijo que quería que la siguiera y llegué a una habitación donde había una máquina enorme con unos recipientes de proporciones estroboscópicas llenas de polvos dorados, rosáceos y plateados cada uno. La hadita voló hacia lo que sería el panel de control e intentó con todas sus fuerzas bajar una palanca. Terminé ayudándola y pronto el motor comenzó a funcionar. No sé qué hicimos que nos llenamos de polvo.
En pocos segundos un enorme cubo se llenaba de pequeñas flechas doradas, rosas y plateadas y otro cubo, de flechas de un tamaño normal.
Pronto comprendí que yo era cupido. Dafne, como llamé a mi mano derecha la primera hadita, y yo creamos más haditas y más flechas y comenzamos nuestra tarea de llevar el amor al mundo.
Las flechas grises era para los amores de verano, las rosáceas para los amores pasajeros y las doradas para el amor verdadero.
Al principio no fue fácil, pero Dafne y las chicas me ayudaron con la puntería.
El secreto estaba en el hilo rojo. Cuando dos personas se miraban en mi presencia, o en la de las chicas, veía un hilo rojo conectándolos; si era endeble era pasajero, si era pálido era de verano, pero si tenia un color rojo intenso y era resistente era verdadero.
Pero no sólo en París; en todo el mundo.
Yo no podía ir a todas partes, debía quedarme en París para organizar las flechas y las salidas y entradas de las chicas; así que me encargaba de mandar a cada regimiento a un país distinto con la suficiente ración de flechas. Cuando a un regimiento se les acababa las flechas una alarma me lo decía y mandaba a otro regimiento mientras el primero volvía y recargaba flechas. A veces, sobre todo en las fiestas como en San Valentín, dejaba a una hadita al cargo de todo mientras yo realizaba el trabajo de campo como me gustaba llamarlo.
Toda esta locura comenzó hace 200 años y desde entonces estoy sola con mis haditas siendo ignorada por la luna.
Me llamo Blair, Blair Love. Eso fue lo que la Luna me dijo el día que desperté. Y aún espero a que la Luna me diga si toda mi existencia se reduce a lanzar flechas a desconocidos. Porque a veces odio mi trabajo.

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